Por: Haydeliz Ramírez
Neuroeducadora certificada a nivel local e internacional
Innumerables ocasiones escuchamos de padres expresar su frustración y agotamiento ante la inmensa carga académica a la que son sometidos sus niños. Esto nos lleva una vez más comprobar que, el aumentar la cantidad de material o el tiempo lectivo de las materias no implica necesariamente un mayor o mejor aprendizaje. Por décadas, se ha convencido a los padres y educadores que una gran cantidad de contenido lectivo es sinónimo de un sistema educativo de calidad. Es momento de reflexionar sobre esta idea. Estudios en las Ciencias del aprendizaje y funcionamiento del cerebro, nos hacen reevaluar este concepto. Se ha probado que el incremento de horas en el proceso lectivo no es equivalente a mejor aprendizaje.
Tomemos como ejemplo el caso de la lectoescritura. Transcurridos los 12 años de la vida de un niño, nos enfocamos en que aprenda a leer, escribir su lengua materna. Aun así, es impresionante ver como un considerable número de jóvenes y adultos cometen constantemente errores garrafales de ortografía. Es cuando notamos que apenas leen, por que leer no es solo decodificar, podemos decir que un niño domina la lectura cuando decodifica correctamente y logra una comprensión de lo leído.
Analicemos: Se mejoran esas deficiencias aumentando el período lectivo de la materia (aspecto cuantitativo), o por el contrario deberíamos dirigir nuestros esfuerzos al aspecto cualitativo. Esto se traduce en revisar radicalmente los contenidos y la metodología utilizada a la hora de planificar e impartir nuestras clases.
Otra alarmante realidad, se ve cuando analizamos las matemáticas, en el proceso de enseñanza-aprendizaje. De igual modo, el niño llega a los 12 años sometido a innumerables horas realizando tareas académicas. Llevando al alumno a incrementar exhaustivamente el tiempo de estudio agregando maestros particulares, luego del período regular de clases, cuando ese cerebro ya está agotado. Para de todos modos, llegar a la conclusión de que es necesario este régimen ya que las matemáticas le resultan muy complicadas. Peor aún, se llega a convencer al niño de que la materia no es su fuerte y que es muy común que muchos estudiantes tengan un desempeño deficiente en la misma. No nos damos cuenta de que la realidad muchas veces es que los estudiantes se ven en necesidad de recurrir a tutorías luego del horario regular de clases, es porque ignoramos el funcionamiento del cerebro y el tiempo que este necesita para internalizar conocimiento nuevo para lograr un aprendizaje en una memoria permanente más allá de una memoria de trabajo. Cuando bombardeamos el cerebro con una cantidad inmensa de información sin respetar los tiempos y prácticas adecuadas es cuando experimentamos una falsa percepción de dominio en el estudiante, es decir, aprueba el examen exitosamente, pero al cabo de unas semanas es como si nunca hubiese estado expuesto a esa información. El cerebro lo desecho porque no se dieron las bases para que pasara de memoria de trabajo a una a largo plazo. En otras palabras, esa información fue desechada por el cerebro ya que cumplió la misión de aprobar el examen. Es necesario aplicar técnicas de recuperación y entrelazado de destrezas para alcanzar el verdadero aprendizaje. Debemos comenzar a definir el concepto de calidad educativa, como el proceso en el cual construimos los objetivos educativos no solo por los logros de los alumnos en diferentes pruebas estandarizadas, como comúnmente se hace. Necesitamos esa información en el cerebro del niño de modo que pueda aplicarla a lo largo de su vida, más allá de solo en la hoja de la prueba.
Como en el 1995, expuso Lavanshy, para comprobar el aprovechamiento académico del alumno, «basta observar a nuestros niños, ellos se mostrarán felices, seguros, satisfechos, curiosos, motivados para aprender, abiertos a desafíos nuevos, interesados en el mundo que los rodea, dispuestos a colaborar y entusiastas ante problemas nuevos.
Esa enseñanza efectiva que todos aspiramos para nuestros niños se conseguirá de modo inmediato si se cuenta con la presencia de profesionales especializados. No es posible sin organizar nuestro proceso de enseñanza en base a los resultados de las ciencias del aprendizaje, creando un currículo basado en el niño, donde la integración de la familia sea fluida.
Evidentemente, la calidad de la educación y todo lo descrito anteriormente, esta estrictamente ligado a las posibilidades que damos a nuestros niños para construir un aprendizaje significativo. Solo creando el ambiente para que el estudiante construya su propio aprendizaje podremos evaluar justamente la medida en que dichos aprendizajes, reflejan el fruto de una educación que alcanza sus fines y metas exitosamente. Es por esta razón que en lo personal en las escuelas me gusta llamar al maestro guía educativo, seamos brújulas donde el niño es ente activo y protagonista en el proceso lúdico. Busquemos más allá de competencias una educación que sea intencional pro niño que sea este quien se destaque más allá que la institución educativa por sus resultados estandarizados. Solo así obtendremos una calidad de enseñanza genuina y no una aparente.